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Una escuela islámica en Jaipur, India

Rosa María Torres
PhotographersDirect

La escuela funciona en pleno centro de la ciudad de Jaipur, capital del Estado de Rajashtan, India. Una zona populosa, ruidosa, con calles estrechas y ajetreadas. La escuela funciona en tres habitaciones adosadas junto a la mezquita, en el segundo piso. Una cortina hace de puerta de entrada, flanqueada por la inconfundible hilera de zapatos y zapatillas de alumnos y profesores. 

213 alumnos, entre niños y niñas, estudian en estas tres habitaciones, comunicadas entre sí a través de pequeñas puertas. En cada habitación funcionan dos grados. No existe mobiliario, excepto por una pequeña mesa para el profesor. Los niños se sientan en el suelo, sobre las pequeñas alfombras que cada uno trae de su casa. El uniforme consiste, para los niños, en pantalón azul y camisa blanca, y, para las niñas, en el típico pantalón con túnica y la cara cubierta con un velo.

El calendario escolar incluye 200 días de clase. Las clases se inician a las 7:30 de la mañana y terminan a las 12:30 del mediodía. Los primeros 25 minutos del día se dedican a orar. Luego, los niños aprenden Urdu, Arabe, Hindi, Matemáticas, Ciencias Sociales y Ciencias Naturales. A diferencia de las escuelas regulares del gobierno, donde sólo se enseña Hindi, en estas escuelas islámicas los niños aprenden tres lenguas: Urdu, Hindi y Arabe. El Urdu es la lengua local, la lengua oral de los niños y sus familias. El Hindi es la lengua oficial. El Arabe es la lengua del Corán, la lengua que deben aprender para leer el Corán. y que aprenden, de hecho, al mismo tiempo que aprenden a leer.

Algunos niños y niñas vienen a clases con sus hermanitos pequeños, única posibilidad de asistir a la escuela. Los profesores aceptan este hecho como parte de la realidad escolar: en cada habitación, mientras los niños escolares toman parte en la clase, recitan, leen o escriben, los más pequeños, en sus brazos o junto a ellos, duermen, comen, retozan o juegan, casi sin hacer ruido, como si fuesen conscientes de que de su silencio e inmovilidad depende que el hermano o hermana pueda estudiar y siga asistiendo a clases.

El mayor ruido proviene de la calle: autos, buses, bicicletas, motos, vendedores ambulantes, vecinos que se detienen a conversar bajo las ventanas. El ruido de afuera sirve de telón de fondo al ruido de adentro: el interminable responso a que da pie la lectura, la respuesta, el ejercicio, el repaso, el saludo, todo. No obstante, sin que entienda uno bien cómo, en este gran ruido - el de la calle, vivo y diverso; el de la escuela, monótono y rítmico - se abren paso la palabra, el significado, la concentración, el aprendizaje. Al final de la mañana, cada niño y niña recoge su pequeña alfombra, la dobla y mete en su mochila junto con los libros y cuadernos, y sale de ahí con una sonrisa. 

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