La madre que está detrás


Romero Britto

Para mi mamá

Está hiperdestacada la figura de la madre en relación al bienestar de los hijos e hiperdemostrado el impacto de la educación materna sobre la educación infantil. Pero poco o nada se sabe o se dice sobre el papel que tienen en la experiencia escolar el cuidado, el afecto, la confianza y las expectativas de las madres. No es cierto, como asumen muchos desde el llano prejuicio, que las madres analfabetas no valoran la educación de sus hijos. Madres con poca o ninguna escolaridad son a menudo campeonas de la educación, con más garra que muchas mujeres hiperescolarizadas. Precisamente porque son capaces de dar todo para que sus hijos e hijas tengan la oportunidad de aprender, lograr y realizar lo que ellas no pudieron.

Detrás de cada persona de bien hay a menudo madres de primera. Madres cargadas de sueños y de empeños, no necesariamente de libros o de títulos. Mujeres visionarias, luchadoras, generosas.

Los sistemas escolares les deben a las madres mucho más de lo que imaginan y están dispuestos a aceptar. Detrás de cada alumno que va a clases todos los días, vestido, lavado, peinado, abrigado, con la mochila en orden, hay una madre pendiente y diligente.  

Ejércitos de madres están detrás de la camisa blanca, la falda planchada, los zapatos limpios, los libros y cuadernos en su sitio. Madres que comparten la tensión del examen, la alegría o el trago amargo de las calificaciones, las malas noches, los madrugones, los magullones y las caídas, la convocatoria de directores y profesores, los actos escolares, los reclamos y abusos que nunca faltan.

En nuestras culturas patriarcales y machistas, es la madre quien se ocupa por lo general del mundo escolar de los hijos. Son ellas quienes pueblan las mal llamadas «reuniones de padres de familia», las que están pendientes de los deberes, las que se ocupan de uniformes y loncheras. Un trabajo de amor y cuidado invisible que la sociedad no valora, porque lo considera una extensión del trabajo doméstico, que tampoco valora.

El renombrado despegue educativo de los «Tigres Asiáticos» no puede entenderse sin el papel preponderante - a menudo esclavizante - de las mujeres asiáticas en la educación escolar de los hijos. Ellas colaboran codo a codo con la escuela, gestionan el horario extra de las academias de estudio, cultivan con su propio ejemplo el esfuerzo y la perseverancia, aseguran en el hogar los espacios y las condiciones básicas para el aprendizaje, acompañan día a día a los hijos en el trayecto agobiante y tremendamente competitivo que lleva a la universidad.

He visto y valorado, desde niña, a madres que madrugan con sus hijos pequeños y les llevan a la escuela caminando, en medio de gran frío, por calles o parajes. Madres que cargan a sus bebés a la espalda mientras cocinan, cortan leña, acarrean agua, dan de comer a los animales. Madres que preparan la lonchera, cada día, como si fuera la primera vez. Madres que dan bendiciones a los hijos, convencidas de que hay algo divino en ellas y en su misión. Madres que lavan apuradas el único uniforme para que esté seco y listo al día siguiente. Madres que batallan con las injusticias y los maltratos escolares. Madres que llegan cansadas, pero que no se pierden por nada del mundo el recuento de las glorias o miserias de la jornada escolar. Madres que repasan lo que estudiaron hace mucho tiempo para poder ayudar a los hijos con las fatídicas tareas escolares.


Toda la vida ví a mi mamá creer en mí, enorgullecerse, alentarme, acompañarme en mis elecciones y en mis equivocaciones. Todas las noches, mientras fui estudiante, le ví dejarme el uniforme colgado al pie de la cama. Todas las tardes, durante varios años, me acompañó de ida y vuelta al Conservatorio Nacional de Música donde aprendí a leer música, a tocar el violín y a bailar ballet. Todas las semanas compró y me trajo materiales de lectura, para que aprendiera a convivir con ella y a disfrutarla, sin condiciones ni imposiciones de ningún tipo.

Hoy quiero homenajear a todas esas madres que - como la mía - trabajan y trabajaron tesoneramente, generosamente, para construir el sueño de hijos e hijas mejores que ellas. 

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