La familia ideal del sistema escolar

Rosa María Torres

Dibujo de Christine Varade, tomado del libro "Tú, yo y el mundo" - Ministerio de Educación-Guatemala

Estudié la primaria y la secundaria en el mismo colegio, crecí y conviví con un grupo de compañeros durante doce años. Entre los recuerdos ingratos de mi vida escolar está la falta de sensibilidad de varios profesores para manejar nuestras respectivas relaciones familiares.

Un compa­ñero siempre fue estigmatizado por ser hijo "na­tural" (que es como se llamaba, y aún se llama, a hijos fuera del matrimonio o no reconocidos) y el asunto destacado año tras año por profesores nue­vos que, al pasar lista, llamaban la atención sobre el hecho de que había dos alumnos con el mismo apellido (primos no reconocidos como ta­les).

En mi caso, me costó aprender a mane­jar dos cuestiones fa­milia­res: el distinto apel­lido paterno de mi hermana mayor (hija de madre viuda) y la muerte de mi papá. Más tarde en la vida, ami­gos y amigas me han con­tado haber expe­rimentado incomodidades simi­lares en su trayec­toria estudiantil.

Hoy, pese a los enormes cambios experimentados por la humanidad en todos los órdenes, incluido el resquebrajamiento de la "familia tradicional", estas situa­cio­nes siguen dándo­se. Fenómenos masivos como el desempleo y la migración, la ampliación de la expectativa de vida, la profundización de la revolución sexual, los cambios vinculados con la fecundidad y los enormes avances en el campo de la fertilidad asistida, han agregado nuevas fuentes y formas de discriminación en relación al tema familiar.

El sistema escolar nos rebota la familia ideal con que han soñado y siguen soñando nuestras sociedades: la familia nuclear compuesta por padre, madre e hijos, los primeros rigurosamente casados y los segundos hijos del mismo matrimonio. Abuelos, primos, tíos, parien­tes paternos y maternos de todo tipo, completan la feliz escena de la "familia ampliada". Esto es lo que nos proponen los currículos y nos presentan las imágenes de los textos y otros materiales escolares. Esto es lo que, explícita o implícitamente, se espera coincida con la vida real de los alumnos.

La cultura escolar cuenta en principio con "padres de familia", con alumnos que tienen papá y mamá. Quien no tiene uno de los dos, porque nunca llegó a cono­cerle, porque le abandonó o porque murió, puede vivir esa pérdida con incomodidad y hasta con vergüenza. No digamos el huérfa­no. O el adoptado. O el que vive con la tía o con los abuelos, o de cualquiera de esas combinaciones extrañas pero tan comunes que se dan en la vida. En cualquiera de ellas, el sistema escolar puede hacerle sentir al alumno que está incompleto, que no es como los demás. Un buen día pue­de tener que revelar y explicar esa información como si fuese un secreto o un delito inconfesable, al llenar un cues­tionario, al responder a la lista, al contestar a la pregunta curiosa o irres­ponsable de un compañero, un profesor o un superior.

- "Mañana debes traer a tus papás", puede pedírsele al niño con padres lejanos, que vive con sus abuelos y que tendrá que explicar por qué.

- "Llévale este mensaje a tu mamá", puede ordenársele a la niña que perdió a su mamá.

- "¿Por qué no vino tu papá a la reunión?", puede reclamársele al que acaba de pasar por una separación traumá­tica de sus padres.

No solo en familias de estratos pobres sino en fa­milias de estratos medios y altos, hijos que viven en una misma casa pueden tener apellidos distintos, como resultado de muertes, abandonos, separaciones o divorcios. Un buen día el profesor men­ciona como papá a alguien que en verdad es padrastro o como mamá a la ma­drastra, o se descubre que un hermano tiene otro apellido, y el niño o el adolescente quedan expuestos a la conflictiva si­tua­ción de aclarar en público algo que quizás ellos mismos no tie­nen claro ni saben ex­plicar. Y es que padres y madres jun­tados, muer­tos, separa­dos, divorciados, viudos, des­conocidos o adoptivos, no entran en el árbol familiar de la escue­la, como no entran padras­tros o madrastras, hijos fuera de matrimonio o adoptados, de dife­rentes padres o madres, con diferen­tes apel­lidos, me­dios herma­nos, medios padres, medias madres, medios abuelos o abuelas. Ni qué hablar de padres y madres del mismo sexo - dos papás o dos mamás en casa - , tabú social que apenas empieza a abrirse paso, no solo en países "atrasados" sino también en los "desarrollados".

La empatía y la sensibilidad no tienen recetas ni fórmulas. Pero es fundamental presionar al sistema escolar para que se actualice en las realidades y problemáticas sociales, forme al respecto a sus funcionarios, directivos y docentes, y tome medidas institucionales para manejar sensiblemente la información sobre la condición familiar y social de los alumnos, en consulta y en contacto con las familias y con los propios alumnos. La tan mentada "calidad de la educación" se juega, en primer lugar, en el plano de las relaciones interpersonales y familiares, mucho más que en los contenidos de estudio, la infraestructura, el equipamiento o el acceso a las tecnologías.

* Texto editado en 2012.  Publicado originalmente en: Rosa María Torres, Alfredo Ghiso y Marco Raúl Mejía, Reflexiones sobre Pedagogía, Papeles del CEAAL, N° 2. Santiago: CEAAL, 1992.

1 comentario:

Unknown dijo...

Ser conscientes de las realidades actuales, y no solo pensar en la existencia única de la familia nuclear; nos animará, como señala el artículo, a ser empáticos y sensibles ante la individualidad de cada ser.

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